INCONGRUENCIAS
Se suele decir que del amor al odio sólo hay un paso. Y yo digo que del despilfarro a la austeridad sólo basta con un traspié en la economía de un país, de un pueblo o de una familia. Sí, ya sé que habrá quien esté pensando que ando divagando por los Cerros de Úbeda. Pero a lo que iba.
Cuando parece ser que todo el mundo se lamenta de todo, hemos pasado de la cultura del botijo y el porrón con tintorro y gaseosa, a la incultura del botellón, del cubata, y de otras bebidas blancas de alto contenido en alcohol.
Ya ha quedado atrás la España de la palangana y el chapuzón en el río o la ducha, para pasar al baño con jabones y perfumes exóticos, y harto seguido, al jacuzzi e hidromasaje. Pero como eso ya se ha quedado corto (no importa la distancia), ya se vuela a regiones caribeñas u otros mares, hasta ahora desconocidos para la gran mayoría de la gente, buscando las playas cálidas de arenas blancas.
Ha pasado a la historia la España de la bicicleta y el utilitario, para dar paso a la moto y al coche de gran cilindrada, y pese a que hacen más camino en menos tiempo, nos encontramos con que los atascos en las carreteras y ciudades, les obliga con frecuencia a caminar a paso de buey.
Hemos pasado de la tortilla de patatas, suculenta y dialogada, compartida el fin de semana bajo un árbol, para introducirnos en el restaurante, en la hamburguesería o el hostal, donde la palabra se enmudece y toma protagonismo el ruido de los parlantes y el vocerío de la masa.
Ya toman parte del reino de la nostalgia los guateques entre amigos, con la gramola o el tocadiscos, para adentrarnos en el oscuro mundo de las discotecas, con sus medios más sofisticados de luz, sonido e imagen, y donde nos podemos encontrar con el mismo diablo en forma de drogas y alcohol
¿Pero el ciudadano disfruta realmente gastando lo que no tiene, cuando los avisos de pagos y números rojos en la cuenta corriente es la antítesis de la felicidad?
Como se puede comprobar, sí que disfruta, porque la sociedad moderna no sufre por lo que gasta, aunque sea hipotecado, sino por lo que no tiene para gastar. La ley de oferta y demanda del mercado, bajo mensajes subliminales y engañosos, invitan al ciudadano a volverse los bolsillos del revés nada más pone los pies en la calle. Otra cosa es pasar de largo y no caer en la tentación, pero ahí tiene su parcela de poder la voluntad, una virtud en desudo, cuando no desconocida, en estos tiempos que corren.
Cuando parece ser que todo el mundo se lamenta de todo, hemos pasado de la cultura del botijo y el porrón con tintorro y gaseosa, a la incultura del botellón, del cubata, y de otras bebidas blancas de alto contenido en alcohol.
Ya ha quedado atrás la España de la palangana y el chapuzón en el río o la ducha, para pasar al baño con jabones y perfumes exóticos, y harto seguido, al jacuzzi e hidromasaje. Pero como eso ya se ha quedado corto (no importa la distancia), ya se vuela a regiones caribeñas u otros mares, hasta ahora desconocidos para la gran mayoría de la gente, buscando las playas cálidas de arenas blancas.
Ha pasado a la historia la España de la bicicleta y el utilitario, para dar paso a la moto y al coche de gran cilindrada, y pese a que hacen más camino en menos tiempo, nos encontramos con que los atascos en las carreteras y ciudades, les obliga con frecuencia a caminar a paso de buey.
Hemos pasado de la tortilla de patatas, suculenta y dialogada, compartida el fin de semana bajo un árbol, para introducirnos en el restaurante, en la hamburguesería o el hostal, donde la palabra se enmudece y toma protagonismo el ruido de los parlantes y el vocerío de la masa.
Ya toman parte del reino de la nostalgia los guateques entre amigos, con la gramola o el tocadiscos, para adentrarnos en el oscuro mundo de las discotecas, con sus medios más sofisticados de luz, sonido e imagen, y donde nos podemos encontrar con el mismo diablo en forma de drogas y alcohol
¿Pero el ciudadano disfruta realmente gastando lo que no tiene, cuando los avisos de pagos y números rojos en la cuenta corriente es la antítesis de la felicidad?
Como se puede comprobar, sí que disfruta, porque la sociedad moderna no sufre por lo que gasta, aunque sea hipotecado, sino por lo que no tiene para gastar. La ley de oferta y demanda del mercado, bajo mensajes subliminales y engañosos, invitan al ciudadano a volverse los bolsillos del revés nada más pone los pies en la calle. Otra cosa es pasar de largo y no caer en la tentación, pero ahí tiene su parcela de poder la voluntad, una virtud en desudo, cuando no desconocida, en estos tiempos que corren.